En esa hora maldita

En esa hora maldita

domingo, 21 de diciembre de 2014

Feliz Navidad, Blanquito.

Lo primero que vió  Blanquito fue un niño. Un niño que le miraba sonriendo, con esa inocencia que emanan los corazones que aún no tienen cicatrices de la vida, que aún no han sufrido las decepciones que el tiempo trae implacablemente consigo. Le gustó ver al crío, sobre todo porque no estaba solo, otros niños jugaban con él. Blanquito se pasó ese primer día siendo el protagonista de todas las conversaciones del  pueblo. Se acercaban y se empeñaban en ponerle una bufanda, un sombrero... Mil cosas que él aceptaba con alegría y gratitud. Ese primer día lo disfrutó enormemente y al llegar la noche se durmió agotado, pero feliz.

El sol le despertó en su segundo día en la plaza. Era ya media mañana y un frió intenso recorría todo su cuerpo, pero no le molestaba en absoluto. Se sentía bien cuando tenía frío, en cambio el calor de los débiles rayos del sol de diciembre le arañaban la piel hasta hacerle daño. De nuevo multitud de chiquillos jugaron con él y, a veces, encima de él. A Blanquito no le importaba eso, le encantaba ser el culpable de las risas y la alegría que se respiraba. Fue otro día memorable, los pequeños habían traído a sus padres y abuelos y todos reían y jugaban alrededor de Blanquito. Sabía que era el centro de atención, el motivo de los juegos y le encantaba. Sin embargo a media tarde, cuando ya el sol amenazaba con irse a dormir, Blanquito empezó a sentirse algo débil. Ya no tenía tanto frío pero se sentía extraño.  Cuando la gente se retiró a sus casas, la debilidad se hizo más intensa y Blanquito empezó a preocuparse de verdad.
-¿Que me pasa? - dijo en voz alta - Sin duda algo no anda bien.
-Si quieres te lo explico- Le contestó una voz.
Blanquito reparó entonces en el hombre que le habia contestado. Un tipo de semblante serio y  de unos cuarenta años que lo miraba desde un banco al tiempo que sacaba unas hebras de tabaco de una bolsa de cuero y las ordenaba tranquila y meticulosamente en la cazoleta de una pipa.
- Buenas tardes - le dijo Blanquito - No te he visto por aquí ni ayer ni esta mañana, ¿quien eres?
- Me llamo Carlos, vengo a veces a la plaza a fumar una pipa tranquilamente cuando ya no hay nadie. Hoy he venido antes para verte, ya que eres la noticia del pueblo estos días.
Blanquito sonrió:
-No soy tan importante, pero gracias por venir. Entonces ¿tu sabes que mal me aqueja?.
-Es fácil de deducir. Nevó hace dos días, pero luego la temperatura subió enseguida y el calor no te sienta bien. Pronto nos dejarás. Durarás unas horas más que el tabaco de esta pipa, y luego se acabó.
Lo siento.
Blanquito asintió tranquilamente.
-Ya me imaginaba algo así. Pero no lo sientas. Me iré si así ha de ser,  en paz y contento.
- ¿te alegra desaparecer?
Blanquito le miró y le habló, con voz cálida:
-Sabes Carlos, puede que mi final esté cerca, pero no me apena.
-Pues no lo entiendo...
-Te explico- Interrumpió Blanquito -O mejor, te lo puedes explicar tu mismo ¿Cuanto tiempo durará ese tabaco que con tanto cuidado has colocado en la cazoleta?
Carlos acababa de encender de encender la pipa e iba soltando aros de humo que flotaban un momento en el aire, antes de desvancecerse.
-Una hora y media mas o menos - Le contestó.
-Y en ese tiempo te habrá proporcionado algo de serenidad, de paz y de sosiego. ¿No es cierto?
-Cierto, así es.
-Pues me parece que habrá gozado una vida plena. A su paso no ha dejado ni odios, ni rencores, ni tristeza, tan sólo serenidad y paz.
-Sí, pero en un espacio de tiempo tan breve que...
-¿Que importa cuanto vive uno? Lo importante es la huella que su vida dejará. Lo mismo me sucede a mí. Tal vez mañana por la mañana ya no estaré pero ¿ has visto la cara de los chiquillos? ¿La mirada iluminada de sus abuelos? He sido la causa de todo ello y me parece estupendo. Nadie se ha ido triste de esta plaza hoy, por unas horas han aparcado sus problemas y han disfrutado el día. Todo han sido risas, buen humor y juegos compartidos. ¿Que mejor regalo puede hacer alguien como yo que aparece los días previos a la Navidad?. Tu vas a vivir muchos años pero en tu vida, si no andas con ojo, herirás los sentimientos de algunos con los que te cruzarás en tu camino, te empeñarás en disfrutar de cosas absurdas, en ganar dinero, en madrugar... la tristeza invadirá tu alma si no llevas cuidado. ¿Ya le has deseado a todos tus conocidos una feliz Navidad al menos?.
-La Navidad es un reclamo comercial, una mentira.
-Tal vez, pero también es una excusa que nos damos para poder recordar que somos algo más que las prisas por llegar puntual al trabajo, algo más que un corazón herido, algo mas que las cosas que consigamos atesorar. Somos la capacidad y la necesidad de hacer que la gente de nuestro entorno sea feliz. Los que gozáis de una vida larga siempre dejáis eso para mañana. Como la mía parece que va a ser corta yo lo he procurado desde el mismo momento que mi existencia ha comenzado. ¿Puedes tú decir lo mismo? Al menos por Navidad, date una tregua, reparte abrazos y sonrisas. Al menos con la excusa de estas fechas intenta regalar algo de felicidad.
-La canción de todos los años... Pero pensaré en ello.
-Pues piensa rápido, como si tu vida terminara mañana, ponte en mi piel, o en la de ese tabaco que te da paz y haz lo que harías si te quedara sólo ese tiempo de vida. Ya te digo que yo me iré contento cuando llegue mi hora porque mi vida no se mide por la cantidad de días que ha durado, sino por lo que he sido capaz de hacer con ella.
-Ya he dicho que lo pensaré
-Eres muy testarudo- rió Blanquito -pero si consigo que pienses en ello, ya me doy por satisfecho. Ahora con tu permiso voy a dormir un poco. Me siento débil.
-Es una buena idea, tu debilidad  ya es muy evidente. Te dejo dormir
-Gracias, pero piensa...
-Que si, que pensaré en ello - contestó Carlos algo molesto. Y se fue intranquilo. Con esa sensación que le quedaba cada vez que no quería reconocer que no llevaba razón.

Llegó la mañana del tercer día y Carlos se pasó a eso de las once por la plaza. Los chicos recogían todo lo que habían traído dos días antes: una bufanda, un sombrero, una zanahoria...
Carlos se acercó al que llevaba en las manos la bufanda  y le preguntó:
-¿Ya se ha derretido? Normal, con este calor...
-Si - contestó el muchacho - pero al menos  pudimos jugar dos días con él, hasta le pusimos nombre: se llamaba Blanquito.
Carlos contemplo el charco de agua en el que se había convertido el muñeco de nieve y se le escapó un suspiro -Vida breve pero intensa ¿eh Blanquito? - susurró para sí.
-¿Que dice señor?- le preguntó el chiquillo.
-Nada- dijo Carlos sin poder evitar una mirada tierna -Que paséis una feliz Navidad.
-¡Gracias! ¡Feliz Navidad para usted también!- gritó el muchacho mientras llegaba al banco donde estaba sentado su abuelo.

Carlos se sentó en un banco y sacó su pipa y la bolsa de tabaco. Tras unos minutos un hilo de humo bonachón y amable emanaba de la cazoleta. En su mente recordaba una y otra vez la conversación de la noche anterior. Sonrió para sí mismo y empezó a hacer aros de humo.
-Gracias por tu regalo, Blanquito. Estés donde estés, feliz Navidad.


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