En esa hora maldita

En esa hora maldita

domingo, 7 de junio de 2015

Líneas paralelas

Cortó con esmero una uva en rodajitas y partió una fresa en cuatro trozos. Depositó los pedacitos de fruta en la copa llena de hielo y añadió la cantidad justa de nordés. Mientras la ginebra se empapaba de fresa y uva a Carlos se le escapó un suspiro y sus ojos, desobedeciendo a su cerebro, se posaron en la silueta que dormía en la cama, apenas a unos metros de donde estaba sentado. Se recreó en cada detalle del cuerpecillo que respiraba allí, en su perfecta figura esculpida por las batallas libradas en un pasado tormentoso, de esos que dejan la carne intacta pero llenan el alma de cicatrices. El corazón de Carlos se llenó de ternura, mientras se le humedecía la mirada contra su voluntad y un nudo invisible, duro como un pedazo de granito, crecía en su garganta dejándole a duras penas respirar. Le habría contado tantas cosas con el tiempo, tantos secretos forjados en miles de noches de kilómetros y experiencias..., secretos culpables de muchas de las sonrisas que derrochaba durante el día y de la melancolía que le invadía algunas noches, cuando bajaba la guardia y todo se mezclaba en su interior... Suspiró. Era plenamente consciente de que esa era la última noche que pasaba con ella. En realidad nunca pensó que aquello pudiera ir a más. Su modo de ver el mundo era demasiado distinto, sus vidas discurrían con la maldición de dos líneas paralelas, condenadas a verse siempre una al lado de la otra sin poder cruzarse nunca. Carlos no se sentía especialmente triste o dolido, con los años se había acostumbrado a aceptar que las cosas son como son y era capaz de agradecer aquellos breves momentos en los que su ángel negro se descuidaba un instante y él podía encontrar un pequeño descanso en el calor de un cuerpo y un alma que asomaban a su vida como el sol asoma por la mañana, llenándolo todo de su cálida luz. Disfrutaba de aquel sol aún sabiendo que al anochecer volvería a envolverle la oscuridad y el frío de su soledad. Añadió a la copa una tónica de pimienta rosa y paladeo el gintonic sin prisa, en silencio, sin dejar de mirarla. Ella dormía con una tímida sonrisa dibujada en su rostro dulce y amable. Ni durmiendo podía dejar de sonreir. Casi había terminado la copa cuando ella se movió, buscándolo a su lado y al no encontrarlo allí, despertó.
-¿Donde estas? ¡Ven!- le susurró.
Carlos fue hacia ella aceptando la invitación y sin decir nada la abrazó sintiendo como sus cuerpos encajaban milímetro a milímetro como si estuvieran hechos el uno a la medida del otro.
-Estoy aquí- le contestó mientras ella se apretaba contra su pecho -Duerme tranquila.
 A la mente de Carlos vino una frase de la cancion "Mediterraneo" de J.M. Serrat: "y te acercas y te vas, despues de besar mi aldea...". Se rindió al sueño mientras oía en su interior las olas del mar, o tal vez sonaban de verdad a pocos metros de allí, en su estado de semiconsciencia no lo tenía muy claro. 
A la mañana siguiente, cuando ella le dijo adiós para siempre se disfrazó con la sonrisa de encajar lo que no se puede cambiar y volvió a la rutina diaria. Aquello se transformó en  un recuerdo perdido en el desván donde su alma encierra las emociones peligrosas, esas que si te descuidas pueden hacerte daño y así todo quedó bajo control. Todo menos ese momento diario en el que el sonido de las olas de un mar imaginario, le hacen pensar en una botella con un pergamino en su interior donde alguien hubiera escrito la fórmula para que dos vidas condenadas a ser etérnamente paralelas, se convirtieran en secantes una vez más.
Maldita geometría.