En esa hora maldita

En esa hora maldita

martes, 3 de mayo de 2016

Zombie

Los latidos de mi corazón son sustituidos por la necesidad de convertir el brillo de tus colores en amargo gris para poder escapar de tus pinceladas negras, vacías y frías. En ese momento ni tu dolor me duele lo suficiente como para matarme, ni tu sonrisa me da el calor necesario para devolverme a la vida. Me convierto en un soldado más del ejército de muertos vivientes tocados por la maldición de tu sonrisa, llenos del vacío letal que tu corazón va dejando por donde pasa.
Ya nada me daña lo suficiente como para hacerme daño.
Ya nada me gusta lo suficiente como para hacer que me sienta vivo.
Anda mi cuerpo sin alma por los caminos rotos del amor que me mostraste para negármelo luego, sin encontrar su sitio entre vivos ni muertos, sin acordarse de como reir o como llorar. Bajé el escudo en el preciso instante que disparabas tu dardo envenenado, sin darme cuenta de que mientras tus besos abrían llagas en mi piel, mi corazón se iba quedando sin vida. Por olvidar guardar la distancia que siempre cuidó de mí, me convertí en un muerto viviente. Eterna pena a la que me condenas, por el gran delito de acercarme a ti.
Cúmplase tu voluntad, nunca tendrás que cargar con el peso de  haberme matado, aunque en esas noches sin sueño en las que ni tú puedes engañarte con bonitas palabras, recordarás sin poder evitarlo que me negaste la vida. Ese pedacito de mi espiritu zombie, de mi muerte en vida, siempre irá contigo. El virus zombie se contagia a bocados y nosotros nunca hemos estado a menos de un metro sin acabar comiéndonos enteros.
Lo siento.

Carlos.

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